Vivir nos muestra diariamente una evidencia, que los humanos somos diferentes, que las especies son diversas y que convivimos entre múltiples creencias, sentires y, pensares.
La relación con los otros, es un acto que se fundamenta en ver al otro y aceptar su diversidad y diferencia, condición necesaria para poder convivir.
El lenguaje nos permite narrar lo que somos y definir a los otros, y los otros nos van definiendo a nosotros, construyendo una identidad personal y colectiva que nos facilita o limita nuestro hacer, creando condiciones para el encuentro o el desencuentro.
Narramos lo que para nosotros es real, definimos lo conveniente o inconveniente, creíble o increíble, propio o ajeno y desde esta subjetividad definimos a los otros, con el riesgo de quedar atrapados en nuestras creencias y certezas que nos dan identidad.
Podemos definir lo que somos por negación o por resonancia con el otro o podemos definirnos por nuestra capacidad de hacer y compartir.
Vivimos en constante interdependencia, se puede negar al otro, dominándolo o destruyéndolo pero no se puede dominar las identidades diversas que son consustanciales con la vida.
Reconocer al otro implica escuchar y conversar para crear, fortalecer o restablecer vínculos, desde la inclusión de pensamientos, sentimientos y acción, creando consensos que nos permiten actuar juntos, reconociéndonos y legitimando la diferencia del otro.
Sin esta legitimidad, no se puede llegar a consensos ni se pueden cumplir los posibles acuerdos ya que estos se construyen desde peticiones y ofertas que no se consideran legítimas, pues la relación se establece desde la negación de la identidad del otro.
Sin escucha y reconocimiento negamos nuestra condición de humanos legítimamente diversos.